un espacio para los que viven sin manual

jueves, 24 de febrero de 2011

mis gitanos verdes, de cara al culo

Inspirada en el programa de mi amigo Juan Duque, en  Luz de Gas Radioblog cuyo desparpajo y audacia son encomiables… y  "Por el Culo"… 
¡Claro está!
Por supuesto, también, porque a mi se me da por escribir poesías viscerales ¡qué le vamos a hacer!



príncipe 


Es tu belleza impune
y tu figura imprecisa
la que traspasa mis soles
con cometas de penumbras.
Es éste lobo aullando
ante la luna
que se convierte en moribundo
por soñarte
y en ladrón de migajas
en tu boca.
Un eco que apenas mencionas
cada tanto,
cuando, por esas cosas,
enhebras algún aliento
y se suelta por un rato
el paño del recelo
con la transgresión de amarnos.
Entonces miran mis ojos,
pupilas que no conozco
donde se ahoga mi rumbo.
Esos momentos que son
casi la vida
casi la muerte
me hacen mártir y señor
de una comarca que
es ciénaga;
madreperla amanecida
entre gozos y furias;
el descaro y el valor
de llamarnos
hombres.

lunes, 14 de febrero de 2011

mis gitanos verdes, a propósito del "Día de los enamorados"




...La historia de Romeo y Julieta es ininteligible si se omiten las querellas señoriales en las ciudades italianas del Renacimiento y lo mismo sucede con la de Lara y Zhivago fuera del contexto de la revolución bolchevique y la guerra civil. Es inútil citar más ejemplos. Todo se corresponde. La relación entre amor y política está presente a lo largo de la historia de Occidente. En la Edad Moderna, desde la Ilustración, el amor ha sido un agente decisivo tanto en el cambio moral social y las costumbres como en la aparición de nuevas prácticas, ideas e instituciones. En todos estos cambios -pienso sobre todo en dos grandes momentos: el romanticismo y la primera postguerra- la persona humana fue la palanca y el eje. Cuando hablo de la persona humana no evoco una abstracción: me refiero a una totalidad concreta. He mencionado una y otra vez la palabra alma y me confieso culpable de una omisión: el alma, o como quiera llamarse a la psiquis humana, no sólo es razón e intelecto: también es una sensibilidad. El alma es cuerpo: sensación; la sensación se vuelve afecto, sentimiento, pasión. El elemento afectivo nace del cuerpo pero es algo más que la atracción física. El sentimiento y la pasión son el centro, el corazón del alma enamorada. Como pasión y no sólo como idea, el amor ha sido revolucionario en la Edad Moderna. El romanticismo no nos enseñó a pensar: nos enseñó a sentir. El crimen de los revolucionarios modernos ha sido cercenar del espíritu revolucionario al elemento afectivo. Y la gran miseria moral y espiritual de las democracias liberales es su insensibilidad afectiva. El dinero ha confiscado el erotismo porque, antes, las almas y los corazones se habían secado.

         Aunque el amor sigue siendo el tema de los poetas y novelistas del siglo XX, está herido en su centro: la noción de persona. La crisis de la idea del amor, la multiplicación de los campos de trabajo forzado y la amenaza ecológica son hechos concomitantes, estrechamente relacionados con el ocaso del alma. La idea del amor ha sido la levadura moral y espiritual de nuestras sociedades durante un milenio. Nació en un rincón de Europa y, como el pensamiento y la ciencia de Occidente, se universalizó. Hoy amenaza con disolverse; sus enemigos no son los antiguos, la iglesia y la moral de abstinencia, sino la promiscuidad, que lo transforma en pasatiempo, y el dinero, que lo convierte en servidumbre. Si nuestro mundo ha de recobrar la salud, la cura debe ser dual: la regeneración política incluye la resurrección del amor. Ambos, amor y política, dependen del renacimiento de la noción que ha sido el eje de nuestra civilización: la persona. No pienso en un imposible regreso a las antiguas concepciones del alma; creo que, so pena de extinción, debemos encontrar una visión del hombre y de la mujer que nos devuelva la conciencia de la singularidad y la identidad de cada uno. Visión a un tiempo nueva y antigua, visión que vea, en términos de hoy, a cada ser humano como una criatura única, irrepetible y preciosa. Toca a la imaginación creadora de nuestros filósofos, artistas y científicos redescubrir no lo más lejano sino lo más íntimo y diario: el misterio que es cada uno de nosotros. Para reinventar al amor, como pedía el poeta, tenemos que inventar otra vez al hombre.

Octavio Paz: “La llama doble”