un espacio para los que viven sin manual

miércoles, 17 de agosto de 2011

tiene Manuel...


Foto: Playa de Nerja. Andalucía: Octubre 2008




Tiene Manuel unos ojos muy oscuros, casi negros, orillados de aceituna como la sombra andaluza, aunque sus orígenes sean extremeños. Me ha explicado más de cien veces, que aunque cercano,  no es lo mismo lo uno que lo otro, pero yo sigo escuchando su castúo tan similar al andaluz que no los termino de diferenciar. Tiene Manuel esas pupilas: dos saetas capaces de fusilar o volverse ese faro con el que quieres guiarte para siempre, cuando las lágrimas son irremediables. Tiene Manuel unos brazos que te estrechan sin dudarlo para que te refugies en ellos, para decirme ¡Ay mi niña, ¿qué no haría yo por ti?!  Y una se pone a llorar mucho más, hasta calmarse, como resucitando. Unas manos que cocinan para el mejor paladar. Y esa generosidad que le cubre el alma, y que me la cubre a mí…
También, como todos, tiene sus días bravos, que son para olvidar. Tanto como yo.
Tiene Manuel esa magia que hace que mi risa brote intensamente, inmensamente (con nadie como con él). Me ha obsequiado cientos de veces, cosas que nunca podré compensar.
Tiene Manuel, además, ese dulzor madrileño que tanto me gusta a mí. Tal vez sea por eso que es tan caro a mi corazón ese lugar que habita y que habitará por siempre jamás.
Es como  esos amores que se quedan en lo ideal, que no sufren decadencias, que no se echan a perder y que sólo han nacido para perdurar. Son ideales, sustantivos, de película. Te pueden llenar el corazón y robar el alma, pero no son para ésta tierra, porque son tan poderosos que en el día a día pueden llegar a asfixiar.
Son un milagro con el cual uno puede aprender que el verdadero amor es eso: dar y soltar, para volver a recoger, acaso un año después… unos días más tarde…unos meses adelante. De la estatura de lo perfecto, de lo eterno, porque lo eterno no es lo cotidiano. Eterno es lo que elegimos para llevarnos dentro al momento de partir. Para agasajarnos cuando estamos dispuestos a sintonizar, sin reclamos, con grandeza, con locura.
Dicen que las almas gemelas sienten de éste modo el amor. Que pueden tocar el cielo y el infierno con la misma intensidad, y que, si se encontraran, no pasarían los días de ésta vida pegados el uno al otro, porque sólo se resiste a la eternidad tomándola en copa pequeña. Es un amor soberano que incluye la soledad, el contacto de los cuerpos en el amparo de ser libres y al mismo tiempo ser uno solo. Es un vínculo que explica la etimología de la palabra a-mor, porque si amor es ausencia de muerte, entonces es inmortalidad. Es difícil estar a la altura de los acontecimientos en situaciones así. Es arrollador, es desbordante, es doloroso, e ineluctable y magnífico. Querer ponerle palabras es intentar definir lo sagrado. ¿Quien podrá?...
Como en los amores góticos, hoy confieso que he vivido la gloria y la pena de conocer el laberinto de la inmensidad. Benditos somos aquellos que lo podemos narrar.
Tiene Manuel, ese don… por eso hoy no intento escribir puntillosamente, en forma perfecta, ni revisar lo dicho. Hoy soy un borbotón, una espada que se fija en la piedra para perdurar. Hoy no ejerzo el oficio, ni pienso en quién me leerá. Hoy he abierto las compuertas de las emociones para gritar.
Yo que confié en las metáforas más sublimes, que busqué el adjetivo perfecto, el camino de la absoluta lucidez a la hora de contar, hoy soy un ventarrón, el ojo de un huracán, y también un simple lirio que trata de sobrevivir.
Hoy soy todas las mujeres que supe o pude brindar, más las que deseo ser,  reunidas en ésta carta que lanzo a la mar, para que él la pueda hallar.